No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo.
Juan 12:47.
Pongo mi vida… Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo.
Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Juan 10:17-18.
Juan 12:47.
Pongo mi vida… Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo.
Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Juan 10:17-18.
El Señor Jesús había hablado del lugar de su muerte. Iba a ser en Jerusalén. Había anunciado de qué manera debía morir: injuriado, azotado y crucificado (Lucas 18:32-33). También había dicho con precisión a sus discípulos en qué momento debía dejar su vida: el día de la celebración de la Pascua, prueba de que él era el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Todo ocurrió como lo había dicho. Ya que nunca había cometido pecado, habría podido subir al cielo sin pasar por la muerte. Pero, por amor, escogió morir a fin de obtener el perdón de Dios para nosotros. Jesús no murió en la cruz como los demás ajusticiados. En un momento dado entró en la muerte en estado consciente . Inclinó la cabeza y entregó su espíritu a Dios. Después, los hombres aún maltrataron su cuerpo; luego fue puesto en un sepulcro, el cual sus enemigos custodiaron con el mayor cuidado. Incluso sellaron la piedra que lo cerraba. Pero Jesús salió victorioso de la muerte y se presentó vivo ante sus discípulos. Más de 500 personas pudieron verle después de su resurrección. Les mostró las heridas de sus manos, de sus pies y de su costado. Jesús venció la muerte y fue elevado al cielo, tal y como lo había anunciado. De esa manera Dios mostró al mundo entero que había aceptado el sacrificio de Jesucristo. Ahora vive y salva a todos los que se acercan a Dios por medio de él.