El Señor Jesús revela al Padre esencialmente en el evangelio de Juan: El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer (Juan 1:18). En Mateo 11:27 dice: Nadie conoce… al Padre… sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Pero, sobre todo, él habla del Padre, de su Padre, en sus últimas palabras (Juan capítulos 14 a 17). En los otros evangelios Jesús habla del Padre celestial, del Padre que está en los cielos cuidando de los suyos, en cierto modo, a distancia. En Juan 15:15 Jesús dice: Ya no os llamaré siervos… pero os he llamado amigos. Además, Él puede asegurarles un amor infinito: El Padre mismo os ama (Juan 16:27). Tuvo que llegar la mañana de la resurrección para que María Magdalena recibiera este mensaje de su Señor: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios (20:17). Esta revelación no está reservada a los cristianos más experimentados, pues el apóstol dice: Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre (1 Juan 2:13). Los verdaderos adoradores adoran al Padre en espíritu y en verdad (Juan 4:23). El Señor, con su obra perfecta, nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre (Apocalipsis 1:5-6). Al igual que el Hijo pudo decir: Abba, Padre (Marcos 14:36), nosotros también podemos decirlo ahora. No habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (Romanos 8:15).