«Este pueblo de labios me honra»
Texto Bíblico base: Mateo 15:1-20
Jesús revela, en las frases finales de esta enseñanza, la razón por la cual no resulta eficaz adherirse a rituales de purificación que se concentran en el plano físico y externo de las personas. La limpieza que se logra al lavarse las manos antes de comer no alcanza la dimensión que más requiere una purga: el corazón. «Del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias», señala Jesús. «Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre». (19?20) El término corazón en este pasaje no se refiere al órgano físico del cuerpo humano, pues, si así fuera, se necesitaría una limpieza con algún método más sofisticado que el lavarse las manos. Más bien la palabra corazón se refiere al centro de la vida espiritual, aquella parte nuestra que nos permite relacionarnos con nuestro Creador. Es el plano en el cual experimentamos gozo, tristeza, alegría, angustia y euforia y que nos distingue de los otros seres creados. En efecto, el corazón (en ocasiones llamado el espíritu o el alma) se refiere a aquel centro en el cual logra integrarse, en toda su intensidad, la vida misma. El corazón es la dimensión del hombre que más dramáticamente quedó afectada por la caída. El profeta Jeremías declara que «más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio» (17.9). El pecado le ha robado su sensibilidad en cuanto a los asuntos espirituales y, así, se ha vuelto duro y rebelde. Por ser el centro de la vida contamina todo lo que hacemos, y por eso muchas de nuestras acciones resultan manchadas de maldad y egoísmo. De hecho, Jesús no duda, en la escena que hemos considerado esta semana, en declarar que todos los actos perversos que vemos a nuestro alrededor tienen sus raíces en la condición enferma de nuestros corazones. Ver artículo completo en www.desarrollocristiano.com/