“No deban a nadie nada, sino el amarse unos a otros. Porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley”.
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Si caminamos en este amor, caminamos en la perfecta voluntad de Dios. Este amor no es un sentimiento meloso que se maneja con los sentidos naturales, es un poder espiritual que hay que desarrollar y cultivar. A menos que demos pasos para desarrollarlo, este amor permanecerá oculto en nuestro interior. Nuestra mente puede retenerlo. Si pensamos que unos se lo merecen y otros no, lo frenamos. Recuerda que Cristo Jesús te mandó a amar aún a tus enemigos, y esto sólo es posible con un amor sobrenatural. Nuestra mente diría “por lo que me hizo, lo menos que se merece es un castigo”. Pero no son tu mente y tus emociones las que deben gobernar, es el Espíritu. Debes renovar tu mente con la Palabra de Dios. El amor obra de la misma manera que la fuerza de la fe. Como la fe, el amor se activa mediante el conocimiento de la Palabra de Dios. Extiéndete en amor hacia otros, camina en la fe que obra por el amor. Hazte consciente del amor que fue derramado dentro de ti al confesar y actuar en la Palabra de Dios. Mírate a ti mismo viviendo la vida del amor. Amar no es sentir. Amar es actuar. Es dar. Amar es un mandamiento que nos dejó el Señor. Y si nos mandó a hacerlo es porque sabe que tenemos la capacidad para lograrlo. El amor en su expresión cumple la ley de Cristo. El AMOR es la Regla de Oro (Mt.7:12). No le pongas frenos, ni límites al amor de Dios. No argumentes, sólo actúa y verás como cada día el amor estará fluyendo más abundantemente a través de tu vida y las bendiciones se multiplicarán.
“Padre celestial, gracias por Tu amor. Tú has dado a Tu Hijo por mí, aún cuando yo no lo merecía. Ayúdame ahora a perfeccionar ese mismo amor que Tú has derramado en mi corazón. En el Nombre Poderoso de Jesús, Amén”.