“¿Hasta cuándo, oh SEÑOR? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás de mí Tu rostro?”
Salmos 13:1
Seamos honestos: Esperar es difícil. En ocasiones, doloroso. Creo que no podemos tapar el sol con un dedo fingiendo ser muy espirituales al hablar de este tema. Tú sufres la tensión de lidiar con la angustia y la frustración cuando el tiempo pasa y tienes que seguir esperando. ¡Eso es lo último que queremos experimentar!
En la espera gustamos el mismo sabor de desesperación e incertidumbre que asaltó al salmista.
¿Has estado ahí alguna vez? En esa etapa de la vida, lo que menos quieres escuchar es: “Espera en el Señor, hermano”. Esa frase es buena, pero la sientes amarga porque es posible que estés luchando con el pensamiento de si Dios realmente te ha olvidado.
Permanecer hasta que Dios actúe es un gran reto. La experiencia se agudiza cuando tienes la tentación de actuar por ti mismo, porque posees los recursos u oportunidades para lanzarte a ese plan por el cual has trabajado o has estado esperando hasta por años. Súmale a esto la presión ocasionada por la mentalidad de gratificación inmediata que caracteriza a nuestra generación. No obstante, esperar a que las cosas sucedan en el tiempo que Dios ha planificado es el mejor camino.
Esperar en el Señor durante la aflicción es necesario para que el Espíritu nos haga más santos, más parecidos a Cristo.
Dios te bendiga.