El evangelio de Juan relata que el domingo de su resurrección, el Señor se presentó en Jerusalén en medio de sus discípulos, quienes se hallaban en el aposento alto, cuyas puertas estaban cerradas, y les dijo: Paz a vosotros (Juan 20:19-23). Luego, el Señor Jesús se reunió con sus discípulos en Galilea, provincia despreciada por los letrados y poderosos de la época. Así él, el Mesías rechazado, crucificado y resucitado, rompió con el sistema judío y pasó a ser el centro de la reunión de los creyentes. Los once discípulos acudieron a la cita y recibieron una nueva misión y al mismo tiempo la promesa del Señor: He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Hoy en día, el Señor sigue reuniendo a los suyos y para ello no necesita una religión basada en mandamientos, ritos y reglas. Su persona y su obra tienen un atractivo más que suficiente para cautivar y fomentar los afectos y pensamientos por las cosas celestiales. De ellos sólo espera que lo amen. Y ese amor se expresa individualmente a través de una vida que le sea verdaderamente entregada. Él es la fuente del amor entre los hermanos en Cristo, pero también es el motivo que los reúne con gozo alrededor suyo para escucharle, orarle, alabarle y adorarle.
Hijo eternal, de Dios imagen pura,
sublime amor del seno paternal;
Señor Jesús, el cielo a ti se postra.
¡Loor a tu nombre! nombre sin igual.