Que sean ricos en buenas obras,
dadivosos,
generosos;
atesorando para sí buen fundamento para lo por venir,
que echen mano de la vida eterna.
dadivosos,
generosos;
atesorando para sí buen fundamento para lo por venir,
que echen mano de la vida eterna.
1 Timoteo 6:18-19.
En pleno centro de una ciudad de la Edad Media se había empezado una gran obra de construcción: se iba a edificar una catedral. Intrigado, un transeúnte que no estaba informado sobre la obra en cuestión hizo la misma pregunta a tres obreros, cada uno de los cuales estaba tallando una piedra: –¿Qué haces?, le preguntó al primero: –¡Lo que ves! Estoy tallando una piedra. A esta pregunta el segundo respondió: –Trabajo para alimentar a mi familia. Pero el tercero declaró orgullosamente: –Construyo una catedral. Por lo que me concierne, ¿cuál es el sentido de lo que hago? ¿Es mi vida una sucesión de días que encadeno uno tras otro en busca de satisfacciones materiales? ¿está mi perspectiva limitada a sustentar a mi familia, con la esperanza de evitarle graves problemas e insuperables dificultades? ¿O entra mi vida en el plan de Dios? Ninguno de nosotros es el producto de una ciega casualidad. El Dios que ordenó minuciosamente la creación, poniendo en relación unos seres con otros, tanto los astros como los átomos, tiene un plan para cada una de nuestras vidas. ¿Responde la suya al plan divino? Para saberlo, ante todo es necesario entrar en relación con Dios. Podemos hacerlo por medio de Jesucristo, quien nos mostrará el sentido de nuestra vida, pues él desea que se desarrolle según su plan divino.