Vino a su encuentro, de los sepulcros,
un hombre con espíritu inmundo,
que tenía su morada en los sepulcros,
y nadie podía atarle, ni aun con cadenas…
y nadie le podía dominar.
Marcos 5:2-4.
un hombre con espíritu inmundo,
que tenía su morada en los sepulcros,
y nadie podía atarle, ni aun con cadenas…
y nadie le podía dominar.
Marcos 5:2-4.
Un escritor contemporáneo hace decir a uno de sus personajes: «Fui una de esas buenas personas que creyó firmemente que bastaría cambiar el sistema de distribución de los bienes para que desapareciesen los robos, los asesinatos y las injusticias». Sí, en todos los tiempos se ha hecho creer a las multitudes que si todos tuviesen la misma parte de bienes materiales, se establecería una edad de oro. Sin ricos ni pobres, se acabarían los celos, las envidias, los engaños, los odios… ¡Ni policía, ni tribunales, ni cárceles! Pero, lamentablemente, la maldad del corazón humano de donde nacen las traiciones, los robos y los crímenes no es el producto de la desigualdad de los hombres, sino la causa de ella. Egoísmo, orgullo, deseo de poder: éstos son los sentimientos que engendran la violencia y todas las formas de miseria. Y aun cuando la felicidad material existiera para todos, la gente no estaría satisfecha porque no sólo de pan vivirá el hombre (Mateo 4:4). Tampoco vivirá de palabras huecas ni de brumosas esperanzas. Su corazón necesita la Palabra de Dios, no la de otros hombres. Ella nos enseña que esa pobre criatura humana es incapaz de reformar su naturaleza marcada por una voluntad opuesta a la de Dios. Sólo el Salvador, Jesucristo, puede liberarnos de esa terrible esclavitud moral. ¡Esto es el Evangelio!.