viernes, agosto 08, 2008

Ya no dos, sino uno

Dejará el hombre a su padre y a su madre,
y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
Génesis 2:24.

Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.
Mateo 19:6.

Íbamos a plantar dos abedules en nuestro jardín. Una amiga nos aconsejó: –Plántenlos cerca uno de otro, ustedes verán lo hermoso que quedará. Así lo hicimos. Sin embargo, su crecimiento fue difícil. Uno brotaba pronto en la primavera, pero se ponía amarillo con el calor. El otro parecía más frágil, pero permanecía más tiempo verde. Al principio, nuestros pequeños árboles crecieron casi independientemente. Pasaron quince años. Sus ramas se mezclaron y sus raíces también. Ahora parecen formar un único árbol. Así ocurre con parejas de personas ancianas. Los años los han formado el uno para el otro. Sus gustos y sus maneras de ser se han mezclado y sus recuerdos también. Esto es lo que Dios desea para el matrimonio: que sean uno desde el principio, porque Dios es quien los une. Luego, en la práctica deben aprender a armonizar sus pasos cada vez más. Vivir esta unidad, mantenerla y hacerla cada vez más armoniosa en el curso de los años es la vocación del matrimonio. Ser uno y ya no dos pide una constante aplicación y renunciamientos. Se necesita la ayuda del Señor para mantener la armonía hasta el fin del camino común. En efecto, el Señor es quien une y forma a los esposos cristianos. Se sirve de uno, de sus cualidades como de su flaqueza, para los progresos del otro. Les enseña a orar, a servirle, agradecerle, adorarle y amarle juntos.